Comienza el día correctamente:
Al despertar, reconoce que es
el Señor quién te ha creado y regalado un día más de vida, y que por sobre todo
no te ha dado este día para gastar oxigeno, sino que Dios tiene un propósito
para tu diario vivir y es para su propia gloria. Comenzar la jornada
reconociendo eso te hará tener una perspectiva correcta, podrás pedir gracia en
oración para morir a ti mismo, tomar tu cruz y caminar en pos de Jesús un día a
la vez. Medita en estos versículos:
Esto traigo a mi corazón, por
esto tengo esperanza: Que las misericordias del SEÑOR jamás terminan, pues
nunca fallan sus bondades; son nuevas cada mañana; ¡grande es tu fidelidad! El
SEÑOR es mi porción -dice mi alma- por eso en El espero. Bueno es el SEÑOR para
los que en El esperan, para el alma que le busca. (Lamentaciones 3:21-25).
Oh SEÑOR, ten piedad de
nosotros; en ti hemos esperado. Sé nuestra fortaleza cada mañana, también
nuestra salvación en tiempo de angustia. (Isaías 33:2).
Mantengamos firme la profesión
de nuestra esperanza sin vacilar, porque fiel es el que prometió; (Hebreos
10:23).
Pues el amor de Cristo nos
apremia, habiendo llegado a esta conclusión: que uno murió por todos, por
consiguiente, todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no
vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. (2 Corintios
5:14-15).
Examina tus motivaciones a lo
largo del día:
Tendemos a desviarnos con
facilidad de las motivaciones correctas que deberían guiar nuestra vida, como
las vías de un tren, firmes y apuntando a un destino, así deberíamos mantener
firmes nuestra motivaciones de hacer lo que hacemos, no para nosotros mismos
sino para la gloria de Dios.
Entonces, ya sea que comáis,
que bebáis, o que hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de
Dios. (1 Corintios 10:31).
Si buscamos nuestra propia
gloria entonces cuando nos dañen buscaremos dañar, cuando sean injustos
buscaremos nuestra redención devolviéndoles mal por mal. Pero si buscamos la
gloria de Dios, bendeciremos cuando nos maldigan, haremos bienes a quienes nos
hacen daño, y devolveremos bien por mal.
No debemos buscar nuestra
propia justicia, sino reconocer que Jesucristo es nuestra justicia ante Dios y
que ahora somos suyos y vivimos para Él.
¿O no sabéis que vuestro
cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el cual tenéis de
Dios, y que no sois vuestros? Pues por precio habéis sido comprados; por tanto,
glorificad a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de
Dios. (1 Corintios 6:19-20)
Ante toda decisión pregúntate:
¿Glorificará a Dios esto?
Por tanto, puesto que tenemos
en derredor nuestro tan gran nube de testigos, despojémonos también de todo
peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia la
carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador
de la fe, quien por el gozo puesto delante de El soportó la cruz,
menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios.
(Hebreos 12:1-2)
Si nuestra meta fuera ganar
una carrera de atletismo, deberíamos tomar decisiones todo el tiempo sobre qué
cosas serían buenas para lograr tal fin y qué cosas no, deberíamos decidir
sobre las comidas, el gasto del tiempo, del dinero, entre otros tantos.
De la misma manera te propongo
que pienses a lo largo de tu día, antes de hacer esto o aquello, pregúntate:
¿glorificará a Dios? ¿me hace más semejante a Jesucristo? ¿haría Cristo esto o
aquello? De esta manera tendrás un gran filtro que te ayudará a vivir para la
gloria de Dios, no temas ser “menos beneficiado tú” si eso repercutirá en mayor
gloria para Dios, ten el espíritu de Juan el Bautista ante Cristo: “Es
necesario que El crezca, y que yo disminuya.”
(Juan 3:30). Vive para su gloria aunque mueras en pos de ello.
Pues si vivimos, para el Señor
vivimos, y si morimos, para el Señor morimos; por tanto, ya sea que vivamos o
que muramos, del Señor somos. (Romanos 14:8).
Escoge servir antes que ser
servido:
Cristo nos dejó el ejemplo de
que el mayor de todos será el servidor de todos, no dudó en ceñirse su vestido
tomar agua y una toalla y lavar el pies de sus discípulos.
¿Tienes el espíritu de
servicio o esperas a que los demás lo tengan primero contigo? Deberíamos como
cristianos ser activos a la hora de servirnos los unos a los otros, si eres
esposo procura servir a tu esposa, si eres hijo sirve a tus padres, si eres empleado
sirve a tus compañeros, y si eres jefe sirve a tus empleados.
Pero Jesús, llamándolos junto
a sí, dijo: Sabéis que los gobernantes de los gentiles se enseñorean de ellos,
y que los grandes ejercen autoridad sobre ellos. No ha de ser así entre vosotros,
sino que el que quiera entre vosotros llegar a ser grande, será vuestro
servidor, y el que quiera entre vosotros ser el primero, será vuestro siervo;
así como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para
dar su vida en rescate por muchos. (Mateo 20:25-28).
Arrepiéntete y confiésate ante
el Señor constantemente:
Fallarás. Eso te lo aseguro,
pues si bien fuimos salvados de la pena del pecado (justificación), del amor al
pecado (regeneración), ahora estamos siendo salvados del poder del pecado
(santificación) y seremos salvados de la presencia del pecado (glorificación).
Aún no estamos en cuerpos
glorificados, aún el pecado mora en nosotros (Ro. 7) y vamos a fallar en todas
las cosas que mencioné anteriormente, por eso debemos arrepentirnos de una
manera constante y permanente. Martin Lutero (1483 – 1546), el padre de la
reforma protestante, dijo en una de sus famosas 95 tesis clavadas en la
Catedral de Wittenberg: “La voluntad de nuestro Señor y Amo Jesucristo, es que
toda la vida de los creyentes sea de arrepentimiento”.
Hijitos míos, os escribo estas
cosas para que no pequéis. Y si alguno peca, Abogado tenemos para con el Padre,
a Jesucristo el justo. (1 Juan 2:1)
Si confesamos nuestros
pecados, El es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de
toda maldad. (1 Juan 1:9)
Aférrate a cada instante de la
gracia de Dios en Jesucristo:
“Gracia”. Una de las palabras
más bellas de las Escrituras, ella debe ser la miel que endulce cada instante
de nuestra vida, el arrepentimiento debe venir acompañado de una dosis de
gracia, recordándonos que no son
nuestras obras las que nos justifican ante Dios, porque como dice la Escritura:
“porque por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de
El; pues por medio de la ley viene el conocimiento del pecado.” (Ro. 3:20).
Sino que son las obras de Cristo las que nos han salvado, su vida perfecta sin
pecado sin mancha ofrecida por pecadores injustos y perversos.
Porque por gracia habéis sido
salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios; no
por obras, para que nadie se gloríe. (Efesios 2:8-9).
Hemos sido salvados por la
gracia de Dios, no porque lo merezcamos ni porque Dios vio algo en nosotros que
nos hizo dignos de su salvación, sino por una razón que habita en Él y que es
oculta a nosotros.
Que nuestro corazón cobre
ánimo, gozo y esperanza en tan maravillosa realidad que tenemos un Salvador,
Jesucristo y que aguardamos con fe su segunda venida:
Porque nuestra ciudadanía está
en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor
Jesucristo. (Filipenses 3:20).
Conclusión:
Vive para la gloria de Dios
cada día de tu vida, no esperes una vida fácil, ni esperes una vida sin
sufrimientos “Porque a vosotros se os ha concedido por amor de Cristo, no sólo
creer en El, sino también sufrir por El” (Fil. 1:29), las aflicciones
ciertamente vendrán (Juan 16:33), estamos en el mundo pero no somos del mundo:
Yo les he dado tu palabra y el
mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No
te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del maligno. Ellos no
son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Santifícalos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al
mundo, yo también los he enviado al mundo. (Juan 17:14-18)
Vivamos con gozo los que hemos
sido redimidos, y con una perspectiva real de la vida que Dios nos ha dado.
Para su gloria.
Porque Jesús dijo:
El cielo y la tierra pasarán,
mas mis palabras no pasarán. (Mateo 24:35).
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